Cuando la muletilla de la educación es el remedio de todos los males, se convierte en cáscara vacía al momento de gestionar. Compartimos el artículo del Secretario General del SADOP Rosario, Martín Lucero, publicado en el suplemento Educación del diario La Capital el último sábado.
"Una mejor educación es la base para solucionar los problemas sociales". No hay frase políticamente correcta más utilizada que esta. Queda bien con distintas variables y son aplicables a diversas vertientes del discurso electoral sin importar partidos o ideologías. De esta manera, la frase "con más educación" parece legitimar que va a haber más oportunidades, más trabajo, mejor salud, mayor seguridad, más equidad, menos pobreza, mayor distribución del ingreso, menos chicos en la calle, más integración social, menos violencia, mayor conciencia social, menos accidentes de tránsito, mas democracia. En fin, la conclusión sería que "con más y mejor educación todo es posible".
Pero, si la educación es la respuesta a la mayoría de los males y el pilar esencial en el diseño de las políticas, ¿por qué no se alcanzan todos los objetivos que pretendemos lograr a través de ella? Porque una cosa es hablar de educación y otra cosa es educar. Porque no es lo mismo construir una escuela que tener una comunidad educativa, y esencialmente porque no se puede pensar a "la educación" como una política compensatoria de las deficiencias de desarrollo o ejecución de las demás políticas públicas.
A la escuela se le pide que eduque, que contenga, que alimente, que asista a las familias, que sea abierta a las inquietudes de la comunidad, que impulse la integración, que sea creativa, que innove. Pero se la juzga por los resultados que obtiene en algunas áreas del conocimiento en pruebas diseñadas a gusto y medida de los grandes centros de poder económicos internacionales, resultados académicos que parecen ponderar a minoras ilustradas en detrimento de mayorías excluidas de las que no importa su suerte.
En medio de este vendaval de análisis y catarsis desordenada se encuentra la realidad. Se encuentran los alumnos, maestros, padres de carne y hueso que viven el día a día de la escuela. Esa realidad días atrás encontró doce vainas de bala servidas en un tiroteo en la puerta de la Escuela Nuestra Señora de Itati, en Barrio Las Flores. Algo que ya había pasado en la puerta del Jardín de Infantes y algo que podrán narrar miembros de diversas comunidades educativas de la ciudad. La escuela decidió no cerrar sus puertas, sino por el contrario salir a la calle pidiendo "Vivir, enseñar y aprender en paz".
Surge entonces inevitablemente el interrogante: ¿No era acaso que más educación era igual a mayor seguridad? ¿Cómo se explica que bandas se tiroteen en la puerta de un colegio con los chicos adentro? ¿Ya no hay más respeto de parte de los malhechores? ¿O se hace evidente que la muletilla de que la "educación" es el remedio de todos los males es un buen slogan de campaña, pero es cascara vacía al momento de la gestión?
Es por ello que la respuesta a la violencia que se da en situaciones vinculadas a ámbitos escolares no puede ser solamente aumentar la presencia policial. Debe haber mayor presencia del Estado en el barrio a través de planes de empleo, infraestructura, obra pública, programas de mejora de la calidad de vida de los vecinos, apoyo a las entidades intermedias, fomento de la participación ciudadana (especialmente de los jóvenes), que fortalezcan la tarea educativa que debe ser sustentada con una inversión acorde a la prioridad que siempre se le reconoce.
Es innegable que la educación es esencial para el devenir de los pueblos. Es un valor y un derecho inalienable estrechamente vinculado a la libertad de las personas y sus posibilidades de desarrollo individual y colectivo. Y puede ser la solución de muchas desigualdades sociales. Pero no por sí misma, o porque se la declame permanentemente en los discursos. Sino cuando se encuentre sostenida en un Estado presente que impulse la inclusión, la integración y la ampliación en el ejercicio de derechos de sus ciudadanos.
Es por eso que en épocas de campaña es necesario que escuchemos lo que los candidatos tienen para decir de la Educación ya que es muy importante, pero no dejemos de exigir que expliquen cuál es el modelo, que es lo determinante.
Es falso que la política educativa por si sola vaya a resolver la inequidad social mejorando el acceso a la igualdad de oportunidades y favoreciendo el desarrollo de la persona. Y esto es falso porque la justicia social no es algo que pueda desagregarse en políticas desarrolladas en el "Brainstorming" de alguna fundación de "cuadros técnicos iluminados". Tanto la justicia social como la inclusión, el desarrollo y las posibilidades de crecimiento como sociedad no se resuelven con un programa. Se resuelven con un modelo en el cual todas las acciones encuentran su razón en un objetivo superior.
Un plan educativo enlatado o una evaluación internacional pueden sentirse satisfechas con que un alumno pueda responder la pregunta ¿qué es un derecho? Sin embargo un modelo de inclusión solo puede contentarse y realizarse cuando el alumno puede vivenciar sus derechos. La diferencia es enorme tanto en los rankings como en la vida de la gente.